No me hice ningún favor el viernes pasado cuando me olvidé el móvil en el taxi.
Veréis es que llevaba dos días sin parar, eran las 10 de la noche, a la mañana siguiente me tenía que levantar a las 6 de la mañana. El agobio me despistó.
Al pagar al taxista los 7 dólares para subir de la calle 86 a la 101 dejé el móvil (con mensaje a medio escribir!!) en el asiento, con la estúpida idea de que en cuanto le pagara, lo cogía y seguía mensajeando. Sí, sí.
Nada más pegar el portazo del taxi, empecé a buscar el móvil y nada. Gone.
Subí a casa como una estrella fugaz, saqué el móvil de España, lo encendí y me puse a marcar mi número de Nueva York como poseída por la tecnología. Y el taxista no lo cogía. Yo sabía que lo había dejado en vibración y que tarde o temprano lo cogería alguien. Tras 9 llamadas sin éxito llamé a E. que empezó a llamar a mi móvil también. Como a él le tengo con foto y nombre cuando llama, el taxista lo cogió por fin.
Y pidió un rescate. Sí,sí. Un rescate.
60 dólares pedía el señor árabe por mi viejo y apreciado Motorola. E. intentó controlar sus nervios (porque si por él hubiera sido le hubiera llamado de tooooddooo) y empezaron las negociaciones. Al final la cosa se quedó en 20 dólares. Pero el tío se tomó 3 horas en llevarlo al bar dónde estaba E. en la calle 86.
Al final, yo me bajé de vuelta al bar con E. porque total no podía dormir... a las dos menos cuarto de la mañana apareció el "bouncer" (el portero del bar, el que no te deja entrar en zapatillas, vamos) diciendo que el secuestrador de móviles estaba afuera y preguntaba por E. Se le dieron sus 20 dólares y recuperé el móvil.
Dormí 3 horas de viernes a sábado.
Pero qué emoción ¿no?
¿Qué os parece la historia de Nueva York de hoy?
El sábado, al salir de trabajar, y dejando atrás la semana de locos, me fui de compras y me traje estás sandalias de Lea Foscati. Marcaban 120 dólares y estaban rebajadas a 40. Son de piel e italianas. Chulas!